lunes, 9 de enero de 2012

Próxima demolición

Entré en su casa entre susurros y pasos cautos; ‘’Mi hijo duerme, ayer volvió al barrio y creo que le sentó mal la cena’’. En el pasillo estrecho y plagado de fotos familiares como trofeos del tiempo, me dí cuenta de lo ancha que había sido la vida en pocos metros cuadrados de cemento y baldosas, que ahora, tienen una fecha de caducidad inminente. La olor a vida y a guiso casero impregna las paredes, y la Sra. Rosa, me invita amablemente a divisar lo que queda del barrio desde el tejado de su casa. Apoyándose en la repisa y señalando lo que había y ya no está, me traslada a Galicia, a sus orígenes, y luego me vuelve a situar en La Catalana, la Catalana de hace unos años, a la casa con seis maravillosos retoños y un marido que hacía el mejor orujo de la zona, a la gente de barrio, a la vida entre caminos y a la tranquilidad de la nada. Cuanto más se acerca al presente de su trayectoria, más se frunce su ceño. Es entonces cuando ya me habla de pérdida, de años a punto de ser demolidos y de pobreza extrema, y sé que no habla de una pobreza material;

‘’Yo, yo siempre he sido pobre, yo nunca he pedido nada a nadie, sólo que me dejen vivir tranquila. Nací pobre y moriré pobre, no quiero que me den, y sobretodo, que me quiten nada. Nada de lo que durante más de 40 años he hecho mío. Aquí nacieron mis seis hijos, aquí fui feliz con mi marido, aquí también me despedí de el. Aquí están todos mis esfuerzos, mis recuerdos, y aquí es dónde quiero morir. ¿Para qué quiero un piso que me ahogue, que me haga olvidar que sigo viva por algo?’’

Es entonces cuando me doy cuenta de la grandeza de esa mujer, mientras que detrás de su cabeza se asoma un gran cartel de ‘’ Nuevas viviendas ‘’ que señala al centro del barrio demolido.

Tomo un par de fotos y con gran insistencia me invita a café; ‘’Que con este frío siempre sienta bien’’. En un comedor dónde en el lugar de la televisión luce un microondas calentando el primer café de la mañana, me acomodo con toda la intención de escuchar. Al café le siguen dulces, turrones legendarios, algún que otro polvorón y la voz de Rosa hablándome de corazones llenos y bolsillos vacíos. Que se tiene que ser agradecido, que si eres bueno, la vida te lo devuelve. Pero aún no ha conseguido contarme el por qué tiene que irse de donde quiere quedarse. No creo que lo entienda, y la verdad es que yo tampoco.

Su hijo se ha despertado. Con las sábanas pegadas a la cara, se planta en la puerta sin entender muy bien qué hacía allí. Me saluda con mirada extraña, y besa a su madre ruidosamente. ‘’Esto ya no es lo que era’’ fue lo primero que dijo. ¿Por qué no os quedáis a comer? Hoy la vecina ha cocinado migas! Fue lo segundo, y me ví compartiendo mesa con PERSONAS (y si lo escribo en mayúsculas es por que aún quedan de ellas, aunque sea difícil de creer en los tiempos que corren) regalándome lo que era para dos hacía unas horas.

Después del atracón de café, turrón, migas y orujo casero. Después de horas de amabilidad y amor y vida contada desde el peso de su espalda, me levanto para sentenciar mi visita con un abrazo a la mujer con los ojos más cargados de brillo de toda la ciudad;

-Cuídese mucho Rosa. Volveré a visitarla.

-Cuando quieras bonita, aquí estoy… O eso espero.


Laia Albert i Casado.



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